El VIEJO TARZAN.
Llovió toda la noche… y amaneció lloviendo. Doña maría Ramos, se levantó a las 6 de la mañana, vio hacia el Oriente y las nubes de sus ojos se confundieron con las nubes de los cielos…
Mal día va a hacer ahora – le dijo al su esposo, Miguelón, que remendaba la red. El hombre no la escuchó porque nunca la escuchaba. Y menos ahora que la lluvia amenazaba fuerte. Buen pretexto para hacerse el sordo. Y es que no era para menos. Había pasado toda la noche, frente al puerto y mar dentro, tirando la red para todos lados y no hubo modo de pescar tantito. Tal parece que los peces se habían ido hasta el fondo… del mar.
Y de ribete se le rompió la red. Doña maría decía, que tenia que calmar el hambre de 5 chirises sin un cobre entre la bolsa. Y la mujer medio ciega, no porque fuera vieja sino que cuando era joven, trabajó duro en los cafetales y la yerba mala le cayó en los ojos, y porque eso su cielo se cubrió de nubes…Y desde ese entonces, doña María, se dedicó a cuidar la casa
Pero el único hilo que sostiene la vida de la pobre mujer es el viejo “Tarzán”. Lo habían comprado pequeñito sin destetar. Ella le dio pacha con paciencia y con leche y el perrito comenzó a crecer. Era como quien dice; el sustituto de sus patojitos muertos. Y es que la cosa estaba en que el perrito siempre acompañó a la familia en las horas más amargas. Cada vez que enterraban un hijo, el perro se iba a la par del féretro camino al cementerio. Cuando todos regresaban, Tarzán se quedaba velando en el cementerio, lanzando aullidos al cielo… y regresaba ya noche… tan triste como el silencio.
Y esa mañana llovía y no había que comer. Y de ribete, mantener a un perro viejo, que medio ciego y medio sordo, solo servía de estorbo en aquel rancho de palma donde todo era pequeño, menos la pobreza y el hambre.
Anocheció lloviendo. El Miguelón espero que todos estuvieran dormidos.
A las dos de la tarde, se levantó despacito y salió. Tarzán estaba en el patio. Miguelón le amarró un lazo al pescuezo y se lo llevo. En la playa, las olas estaban tranquilas. Un viento con olor a aguaceros demarzo, soplaba duro y silbón. Miguelón desató la canoa, se metió en ella con todo y perro y empezó a nadar mar adentro. Como a doscientos metros de la playa, “Señor - dijo Miguelón- Tú que fuiste pescador de hombres, me diste a mí la tarea de pescar en alta mar. Los tiempos cambian Señor, pero no tengo para darle de comer a mis hijos, mucho menos a este viejo perro… Perdóname Señor, porque yo también soy fratricida…” Y en una actitud lastimera, casa ritual el Miguelón tomo al viejo perro entres sus brazos lo beso y lo lanzo a la mar…
El regreso fue duro. El mar encrespaba sus olas y la débil barquilla crujía de pena para no zozobrar. La lluvia y el mar eran dos quejas sin parar… dos palabras para meditar… dos rosarios para rezar. Miguelón luchaba por mantener la canoa a flote. La obscuridad del cielo se hacía más profunda, más tormentosa, más imperceptible. “Señor estoy rendido en la oscuridad… perdóname por mi maldad…” Miguelón salió volando de la canoa y por un instante perdió el conocimiento. Soñó que había muerto y que se encontraba al otro lado del mundo, en compañía de las almas recién fallecidas. “los caminos al cielo son estrechos y largos… estrechos y largos… estrechos y largos… el camino al infierno es ancho y corto… es ancho y corto… es ancho y es corto…”
De pronto Miguelón despertó de su sueño. Iba sobre algo… sobre los lomos de algo… en medio de la obscuridad profunda… batallando contra la tormenta… “Será sueño… será verdad… será sueño será verdad… será sueño… será verdad… será sueño… será verdad…
Cerraba sus ojos para ver si era sueño… y al otro lado del sueño decían que era verdad. Abría sus ojos para ver si era mentira y de este lado de la mentira decían que todo era mentira. “será sueño… será verdad… será sueño… será verdad… será sueño… será verdad… Padre Nuestro que están en los mares de la tormenta líbranos y olvídate de los perros que mantuvimos con hambre en este valle de lagrimas y tormentas y tormentosas angustias líbranos Señor… y cierro los ojos para ver si es sueño y al sentir que sueño… sueño que no sueño…”
No escapaba.
La lluvia necia, quería llenar los mares y que toda la tierra se volvieran mares. El tiempo no existía… “existía yo en aquellos tiempos cuando Tarzán era fornido como un estante con dientes de marfil para cuidar la caso como un candado de oro para que no se perdiera le pusimos una campanita de oro… campanita de oro déjame pasar con todos mis hijitos, menos el Tarzán… será sueño… será verdad… será sueño… será verdad… será suelo… será verdad… será verdad que en época de guerra llegaron los de verde y colgaron en los árboles a todos los hombres de buena voluntad… en la guerra sucia ten piedad de nosotros…”
La lluvia seguía impertinente.
Miguelón estaba muerto o está vivo. En medio de ser infinito de aguas tormentosas, Miguelón se sentía pequeño… “cuando yo era pequeño yo era grandote con mis manotas grandotas y mis piernotas grandototas por eso me decían: Miguelón queres melón y si no queres de quedarás pelón San Miguelón Arcángel visito a la virgen y le dijo nacerá Jesús pero Herodes mato a los niños de Jerusalén y desde entonces tienen permiso los secuestradores, los violadores y los negociadores los estafadores… por todos los siglos de los siglos…Amén…”
Por fin amainó la lluvia. La aurora rompía con claridades de nacar la obscuridad de una madrugada profunda…
Ya cerca de la playa… Miguelón volvió a la realidad. Iba bien prendido a las orejas del viejo Tarzán. Los dos se miraron las caras. Miguelón estaba avergonzado…
Tarzán lloro de tristeza y alzando sus ojos al cielo… Expiró. Y quedó en la playa tendido, como ropa recién lavada.
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